miércoles, 18 de noviembre de 2009

Haití: la violencia estructural de una isla


Haití tiene el más alto nivel de sufrimiento humano del planeta,
después de Mozambique, Somalia y Afganistán.
[Foto: El cadáver de un joven no identificado yace en una calle de la capital haitiana, Puerto Príncipe, cerca del hospital general.]


domingo, 29 de febrero de 2004. Por Sergio Gorostiaga especial para Los Andes.

Puerto Príncipe. En las últimas semanas hemos recordado la existencia de una nación llamada Haití.

Por los medios audiovisuales vemos gente que marcha a los gritos por las polvorientas calles de las principales ciudades del país, incluyendo Puerto Príncipe, la capital haitiana, con armas y machetes en las manos, exigiendo la renuncia del presidente Jean Bertrand Aristide, un ex sacerdote partidario de la Teología de la Liberación que por tercera vez intenta gobernar un país arrasado por la miseria más escandalosa.

La aparición en la escena política del “cura de los pobres”, como muchos en la isla lo llaman, ha provocado tanta veneración como odio. Para algunos fue la llegada del “mesías”, para otros “Atila entrando en Roma”.

Lo cierto es que detrás de esas apreciaciones, la gravísima situación política existente en la isla por estas horas no es más que un nuevo eslabón de la turbulenta historia de esta nación, la primera república negra del planeta, pionera en abolir la esclavitud, que llegó a tener una Constitución antes que la mismísima España y que, a pesar de estos antecedentes, hoy forma parte de los quince países más empobrecidos del globo terráqueo.

El presidente Aristide asumió su tercer mandato en febrero de 2001, luego de comicios poco claros. Si bien nadie descartaba su victoria, el porcentaje de concurrencia a las urnas resultó muy por debajo del esperado. Con todo, se dio reinicio a una nueva ilusión en un país en el que el 80 por ciento de la población se encuentra sumergida en la pobreza más absoluta. El mandatario se apresuró en aclarar desde un primer momento que no podría “en unos pocos años desterrar siglos de desigualdades”.

Hablamos de una nación en la que el nivel de analfabetismo involucra al 70 por ciento de la población, cercana a los 8 millones de personas. Según el Comité Internacional sobre la Crisis de Población (PCC), Haití tiene el más alto nivel de sufrimiento humano del planeta, después de Mozambique, Somalia y Afganistán.

Una tierra en la que la mortalidad infantil es elevadísima: 84 muertos cada mil nacimientos (el 12 por ciento de los nacidos padecen distrofia); y en el que existe una “esperanza de vida” promedio de 55 años (el 40 por ciento de la población no tiene más de veinte).

El paludismo, la fiebre tifoidea y la tuberculosis arrasan en distintas áreas del país, y se calcula que entre el 5 y el 7 por ciento de los habitantes de la isla se encuentran infectados por el virus del VIH.

Hablamos de un país azotado por estos datos, de un dolor que no nació con Aristide y que atraviesa como una daga envenenada la trágica historia de la pequeña isla, que casi no tiene petróleo ni armas de destrucción masiva ni grandes riquezas naturales.

En cuanto a estas últimas, decenas de empresas transnacionales, tanto europeas como norteamericanas, exprimieron por décadas una mano de obra barata, desprotegida y acorralada por un sin fin de penurias.

Describimos una nación cuya política doméstica, igual que en épocas de la colonización, ha vivido sometida a todo tipo de designios externos, a interferencias que en su momento instalaron las dictaduras más feroces que ha conocido nuestro continente.

En fin, nos referimos a una pequeña porción de territorio sometida en los últimos tiempos a todo tipo de manejos arbitrarios por parte de los organismos de crédito internacional.

Sobre este paisaje se desparrama la compleja crisis haitiana. Con un presidente que ha cometido desde su asunción la más variada gama de desaciertos, produciendo un comprensible retroceso en sus niveles de popularidad.

Enfrente se ve como una tromba la estructura opositora en la que conviven trotskistas, liberales, estudiantes, militares desencantados, la minoritaria élite blanca (3 por ciento del total de la población), grupos ultraderechistas y antiguas estructuras paramilitares, viejos fantasmas que han regresado apresurados de su exilio para ser parte de la historia.

La situación es de tal gravedad que la insurgencia armada que se desprende de las fuerzas opositoras han tomado los principales puntos estratégicos del país, y se acercan a las grandes barricadas levantadas por los partidarios del presidente a las puertas de la capital.

No hay comentarios:

Publicar un comentario